Cuando muchos apuntan, alguien acaba por disparar. Este es, básicamente, el problema del machismo, que se carga por una actitud común. La mayoría no somos ni asesinos ni violadores pero desde luego una sociedad machista es un caldo de cultivo para todo esto. Y este país es un cultivo muy fértil.

Porque una sociedad machista es también la masa que da audiencia a programas y entrevistadores machistas y casposos.

La misma que permitió hacer carnicería mediática con las niñas de Alcàsser (no estamos tan lejos de aquello: una cadena financiada por la Iglesia ha emitido parte del vídeo de la manada analizando posturas, etc… y un conocido presentador de TV lanzaba hace unos días una encuesta en Twitter para que la gente votase entre dos opciones: A.- Fue violación B.- Fue sexo consentido).

Es esa misma masa que se resiste a salir a la calle a exigir un cambio en la justicia, una masa con demasiados hombres y mujeres que dan por sentado que el problema es de unos cuantos criminales pirados.

No somos tan modernos como pensábamos y la rapidez de la transición dejó peligrosos posos de la dictadura y “sus buenas costumbres”; el machismo y la corrupción entre ellas.

Un buen ejemplo es que se llegue siquiera a sugerir el posible consentimiento previo por parte de la víctima. Me parece una trilera evolución de aquella idea tan franquista y tan post-franquista de «Pero cómo va a ser violación, mujer ¡Si este hombre es su marido!».

¿Para qué mierda sirve ese supuesto? ¿De atenuante? Si se supone que una mujer puede elegir cuando quiere o no quiere tener sexo no hay atenuante posible para una violación. Una violación es igual de violación si la víctima dice que no al principio que si lo dice en cualquier otro momento.

Y es que, mientras nos quejamos de lo que hace el vecino de tierras lejanas, se nos cuela en nuestra sociedad este tipo inconcebible de lapidación moral…

La parte institucional de esa vergonzosa lapidación es que el juez admita el informe de un detective privado con el seguimiento posterior de la víctima. Así que en vez de estar hablando de dar un castigo ejemplar, la justicia empieza por dudar del testimonio de la víctima incluso por encima de la evidencia de las pruebas.

La presión ha sido tal que lo han tenido que justificar diciendo que es una manera de evitar apelaciones y que así no se demore el juicio. Sin embargo, admitiendo este tipo de pruebas (algo demasiado habitual) se ha creado la costumbre de perseguir, enjuiciar y poner la mira sobre la víctima.

Con lo cual yo creo que, más que beneficiarlas, el mensaje que queda al final es tan desolador como:

«Piénsatelo antes de denunciar si no quieres pasar por todo este otro calvario» (y encima, para que todo resulte aún más chirriante, uno de ellos es guardia civil).

Como es de suponer, todas estas terribles señales ante semejante barbarie contra una joven de dieciocho años a la que le han destrozado la vida no es más que la punta del iceberg. En ella también seguimos haciendo costumbre del asesinato de mujeres, muchas veces incluso delante de sus propios hijos.

No es casual que esto ocurra en un país donde reina la brecha salarial, en que la conciliación es un problema exclusivamente femenino, y un largo etcétera de señales a las que nos hemos acostumbrado que denigran y minusvaloran a las mujeres.

El problema es que si alimentamos al monstruo del machismo tenemos que contar con que en cualquier momento nos va a morder.

Y a veces empieza de la forma más sutil. Por ejemplo, las calles están tomadas por el «piropo ingenioso» (en el mejor de los casos). Ahí está esa costumbre que las mujeres están obligadas escuchar sin remedio porque, esta vez, tiene el atenuante de “ingenioso”.

Otra costumbre nacional que se toma la libertad de lanzarse sin consentimiento previo. De hecho, el propio término me parece en sí mismo falangista, caduco y rancio.

Pero hay muchas formas de hacerle el juego al machismo incluso cuando se cree (o se quiere aparentar, más bien) que se lucha contra él. También es machismo decir que los hombres no pueden participar en la lucha feminista.

El afán por encumbrarse en el trono del feminismo a veces hace jugar en el bando contrario. Porque eso es tanto como decir que un blanco no tiene cabida en una manifestación contra el racismo contra los negros.

Si en este caso los que ejercen la violencia son hombres ¿No sería bueno incluir en el proceso a todos los hombres posibles?

De hecho, no se trata de abrir una brecha entre hombres y mujeres, sino entre defensores de la igualdad y sus contrarios. Utilizar argumentos que discriminen al hombre en el proceso sería como utilizar las maneras de un machismo a lo femenino, lo cual sólo perjudicaría, de nuevo, al propio feminismo.

Importante, en todo caso, no confundir con la palabra feminazismo: término creado por un locutor y político conservador americano para humillar a las mujeres pro-abortistas y feministas.

El feminazismo no define ningún movimiento radical femenino que se equipare al machismo (de hecho, no existe tal palabra) ni es en absoluto un concepto reciente que nombre un nuevo fenómeno (fue creado hace tres décadas).

Su efecto es tan perverso que, a día de hoy, es alucinante que muchas mujeres se avergüencen de declararse feministas. Como muy bien decía Laura Baena (Club de malas madres) hace poco, es sorprendente que una mujer llegue a decir, literalmente, que «no es ni feminista ni machista»…

Así que confunden igualdad con su contrario quizás porque consideran que feminismo y feminazismo son primos hermanos cuando el segundo término es una absoluta entelequia. Hasta ese punto este concepto está haciendo el juego al contrario.

Otro factor alarmante de este proceso es que, a veces, la sed de justicia también nos trae el efecto contrario. No creo que compartir por las redes sociales las fotos con nombres y apellidos de los componentes de la manada (que nombre más insultante, por cierto, para los animales) sea parte de la solución, la verdad.

Más que un mal en sí mismo, es un precedente muy peligroso. Primero porque Internet no ofrece ninguna garantía de contraste y segundo porque crear una justicia paralela nos lleva en un par de días a las cavernas. Lo que hace falte es que se instaure una justicia real y objetiva no que todos nos convirtamos en jueces y verdugos.

Lo justo para mí sería que pagaran por su delito con su vida en la cárcel el tiempo suficiente que, seguramente, debería ser toda su vida porque veo muy difícil reformar una bestialidad de tal calibre.

Lo único que puede compensar a la víctima y a lo que sus familiares cercanos están pasando es que esto no vuelva a repetirse. Y eso depende de nosotros más de lo que queremos creer.

Como oasis en este proceso, me resulta emocionante vivir cómo las calles de Madrid gritaban “no es a ella a quien se juzga”, “no es no, lo otro es violación”, “si tocan a una, nos tocan a todas”, “jueces machistas fuera del juzgado”, “yo sí te creo”, “no estás sola, venimos en manada”

Ojalá lo haya escuchado, ojalá tenga esa mínima compensación tanto ella como todas las víctimas de semejante calvario. Pero lo cierto es que lo dudo porque los medios pasaron de puntillas tanto a la hora de promoverlo como a la hora de transmitirlo. Supongo que el espectáculo estaba en otro lado.

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Hacia otro destino «En Tierra»

Cuando muchos apuntan, alguien acaba por disparar. Este es, básicamente, el problema del machismo, que se carga por una actitud común. La mayoría no somos ni asesinos ni violadores pero desde luego una sociedad machista es un caldo de cultivo para todo esto. Y este país es un cultivo muy fértil.

Porque una sociedad machista es también la masa que da audiencia a programas y entrevistadores machistas y casposos, la misma que permitió hacer carnicería mediática con las niñas de Alcàsser (no estamos tan lejos de aquello: una cadena financiada por la Iglesia ha emitido parte del vídeo de la manada analizando posturas, etc… y un conocido presentador de TV lanzaba hace unos días una encuesta en Twitter para que la gente votase entre dos opciones: A.- Fue violación B.- Fue sexo consentido).

Es esa misma masa que se resiste a salir a la calle a exigir un cambio en la justicia, una masa con demasiados hombres y mujeres que dan por sentado que el problema es de unos cuantos criminales pirados.

No somos tan modernos como pensábamos y la rapidez de la transición dejó peligrosos posos de la dictadura y “sus buenas costumbres”; el machismo y la corrupción entre ellas. Un buen ejemplo es que se llegue siquiera a sugerir el posible consentimiento previo por parte de la víctima. Me parece una trilera evolución de aquella idea tan franquista y tan post-franquista de «Pero cómo va a ser violación, mujer ¡Si este hombre es su marido!».

¿Para qué mierda sirve ese supuesto? ¿De atenuante? Si se supone que una mujer puede elegir cuando quiere o no quiere tener sexo no hay atenuante posible para una violación. Una violación es igual de violación si la víctima dice que no al principio que si lo dice en cualquier otro momento. Y es que, mientras nos quejamos de lo que hace el vecino de tierras lejanas, se nos cuela en nuestra sociedad este tipo inconcebible de lapidación moral.

La parte institucional de esa vergonzosa lapidación es que el juez admita el informe de un detective privado con el seguimiento posterior de la víctima. Así que en vez de estar hablando de dar un castigo ejemplar, la justicia empieza por dudar del testimonio de la víctima incluso por encima de la evidencia de las pruebas.

La presión ha sido tal que lo han tenido que justificar diciendo que es una manera de evitar apelaciones y que así no se demore el juicio. Sin embargo, admitiendo este tipo de pruebas (algo demasiado habitual) se ha creado la costumbre de perseguir, enjuiciar y poner la mira sobre la víctima.

Con lo cual yo creo que, más que beneficiarlas, el mensaje que queda al final es tan desolador como: «Piénsatelo antes de denunciar si no quieres pasar por este otro calvario posterior» (sin olvidar encima, para que todo resulte aún más chirriante, que uno de los acusados es guardia civil).

Como es de suponer, todas estas terribles señales ante semejante barbarie contra una joven de dieciocho años a la que le han destrozado la vida no es más que la punta del iceberg. En ella también seguimos haciendo costumbre del asesinato de mujeres, muchas veces incluso delante de sus propios hijos.

_No es casual que esto ocurra en un país donde reina la brecha salarial, en que la conciliación es un problema exclusivamente femenino, y un largo etcétera de señales a las que nos hemos acostumbrado que denigran y minusvaloran a las mujeres.

El problema es que si alimentamos al monstruo del machismo tenemos que contar con que en cualquier momento nos va a morder.

Y a veces empieza de la forma más sutil. Por ejemplo, las calles están tomadas por el «piropo ingenioso» (en el mejor de los casos). Ahí está esa costumbre que las mujeres están obligadas escuchar sin remedio porque, esta vez, tiene el atenuante de “ingenioso”.

Otra costumbre nacional que se toma la libertad de lanzarse sin consentimiento previo. De hecho, el propio término me parece en sí mismo falangista, caduco y rancio.

Pero hay muchas formas de hacerle el juego al machismo incluso cuando se cree (o se quiere aparentar, más bien) que se lucha contra él. También es machismo decir que los hombres no pueden participar en la lucha feminista. El afán por encumbrarse en el trono del feminismo a veces hace jugar en el bando contrario.

Porque eso es tanto como decir que un blanco no tiene cabida en una manifestación contra el racismo contra los negros. Si en este caso los que ejercen la violencia son hombres ¿No sería bueno incluir en el proceso a todos los hombres posibles?

De hecho, no se trata de abrir una brecha entre hombres y mujeres, sino entre defensores de la igualdad y sus contrarios. Utilizar argumentos que discriminen al hombre en el proceso sería como utilizar las maneras de un machismo a lo femenino, lo cual sólo perjudicaría, de nuevo, al propio feminismo.

Importante, en todo caso, no confundir con la palabra feminazismo: término creado por un locutor y político conservador americano para humillar a las mujeres pro-abortistas y feministas. El feminazismo no define ningún movimiento radical femenino que se equipare al machismo (de hecho, no existe tal palabra) ni es en absoluto un concepto reciente que nombre un nuevo fenómeno (fue creado hace tres décadas).

Su efecto es tan perverso que, a día de hoy, es alucinante que muchas mujeres se avergüencen de declararse feministas. Como muy bien decía Laura Baena (Club de malas madres) hace poco, es sorprendente que una mujer llegue a decir, literalmente, que «no es ni feminista ni machista».

Así que confunden igualdad con su contrario quizás porque consideran que feminismo y feminazismo son primos hermanos cuando el segundo término es una absoluta entelequia. Hasta ese punto este concepto está haciendo el juego al contrario.

Otro factor alarmante de este proceso es que, a veces, la sed de justicia también nos trae el efecto contrario. No creo que compartir por las redes sociales las fotos con nombres y apellidos de los componentes de la manada (que nombre más insultante, por cierto, para los animales) sea parte de la solución, la verdad.

Más que un mal en sí mismo, es un precedente muy peligroso. Primero porque Internet no ofrece ninguna garantía de contraste y segundo porque crear una justicia paralela nos lleva en un par de días a las cavernas. Lo que hace falte es que se instaure una justicia real y objetiva no que todos nos convirtamos en jueces y verdugos.

Lo justo para mí sería que pagaran por su delito con su vida en la cárcel el tiempo suficiente que, seguramente, debería ser toda su vida porque veo muy difícil reformar una bestialidad de tal calibre. Lo único que puede compensar a la víctima y a lo que sus familiares cercanos están pasando es que esto no vuelva a repetirse. Y eso depende de nosotros más de lo que queremos creer.

Como oasis en este proceso, me resulta emocionante vivir cómo las calles de Madrid gritaban “No es a ella a quien se juzga”, “No es no, lo otro es violación”, “Si tocan a una, nos tocan a todas”, “Jueces machistas fuera del juzgado”, “Yo sí te creo”, “No estás sola, venimos en manada”… Ojalá lo haya escuchado, ojalá tenga esa mínima compensación tanto ella como todas las víctimas de semejante calvario. Pero lo cierto es que lo dudo porque los medios pasaron de puntillas tanto a la hora de promoverlo como a la hora de transmitirlo. Supongo que el espectáculo estaba en otro lado.

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Hacia otro destino «En Tierra»

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