Otra triste muestra de lo que ocurre cuando se acumula demasiado poder en pocas manos. El pueblo es manejado al antojo de los poderes políticos que enfrentan a las poblaciones en beneficio propio.

Todas las actuaciones, incluso las que parecen más desmedidas, están en verdad estudiadas para distraernos.

El problema no es que los políticos sean inútiles para resolverlo, es que no les interesa hacerlo. Por lo tanto, lo que falla es el propio sistema que permite que todo esto ocurra.

El fondo real es, precisamente, que este sistema es tan poco representativo que permite a los gobernantes ser útiles sólo para su propio beneficio e inútiles para el bien de los ciudadanos.

Por eso utilizan las banderas como grandes estandartes de enemigos ficticios (y demasiadas veces una excusa para armarse hasta los dientes. A nivel global, el conflicto Kim Jong-Trump es otro buen ejemplo de esta manipulación armamentística que necesita de conflictos para alimentarse y que cada vez resulta una farsa más ridícula).

Por eso aunque a los ciudadanos estén hartos del conflicto catalán y quieran resolver sus problemas reales no tienen herramientas para hacerlo. Sólo se habla de lo que al poder le interesa (con la mayoría de los medios a su servicio).

La forma en que los pueblos se pueden expresar se ha simplificado al extremo en bandos, en personalismos políticos, en grandes medios ideológicos, en religiones, en fronteras… (de hecho, si estás al otro lado de la frontera me tengo que preocupar menos de ti, pareces menos ser humano que mi vecino, mis muertos son más importantes que los tuyos…).

Todo reducido a un «estás conmigo o contra mí». Todos bien controladitos para poder manejarnos en nuestras parcelas donde cada una está debidamente regido por su correspondiente líder o gurú.

El poder que acumula el sistema es tan constante y tan simplista que es imposible creer en un bando sin desactivar el espíritu crítico (por ejemplo ¿Puede alguien en su sano juicio decir que los gobernantes españoles o los catalanes lo están haciendo bien? ¿que están haciendo lo mejor para el pueblo?).

No hay lugar a los matices, a las decisiones consensuadas, al posicionamiento sin etiquetas, al voto reflexivo sobre problemas cotidianos.

Los políticos piensan, como mucho, en su votante que es un tipo que mete una papeleta cada cuatro años y luego se va a su casa cruzando los dedos hasta dentro de otros cuatro (una especie de Lotocracia).

Ese es nuestro escaso poder de decisión entre lo malo y lo peor (obviamente, el votante participa cada vez menos en este proceso)…

La libertad de pensamiento y decisión no debería ser propiedad de nadie.

Por eso hay que apostar por esa mayoría de personas que no es protagonista en los medios, por esa que se quita la venda, que se aleja del rebaño, que procura pensar libremente, que corta los hilos, que no cae en ese teatrillo del enfrentamiento de izquierda-derecha, Barça-Madrid, cristianos-musulmanes, Oriente-Occidente… y tantos otros señuelos con los que el poder mantiene al pueblo enfrentado y lejos de la realidad.

Y una de las realidades es que, obviamente, ellos deben tener menos poder porque el poder corrompe por sistema.

Esa es la conquista pendiente; liberarnos del yugo, dirigirnos a una sociedad más representativa y, por tanto, más humana donde los conflictos se resuelvan de forma pacífica y en beneficio de la poblaciones, no de sus falsos representantes.

Esto es posible y se está haciendo lentamente (como demostraba el documental «Demain») en forma de lucha pacífica pero no siempre silenciosa (como ocurrió en Islandia).

Un mundo mejor no pasa por mejores políticos sino por un sistema que no permita que políticos de esta índole tengan un poder tan inmenso como para llegar a un despropósito como el que reina hoy en Cataluña.

Como ciudadanos deberíamos ser conscientes de que somos libres para elegir nuestro destino, de que la suma de sus voluntades debería ser el único futuro al que encaminarse.

En ese momento se hablará del día a día, de sistemas económicos equitativos, del respeto a la Naturaleza, de una economía horizontal de beneficio mutuo (no vertical para beneficio de unos pocos).

El actual régimen pseudo-democrático es una fábrica de políticos defectuosos que nos traen más problemas que soluciones, que han manipulado identidades equívocas a ambos lados que nada tienen que ver con el entendimiento.

Cuando nuestra bandera sea el espíritu crítico seremos inmunes a su manipulación y veremos iguales donde antes veíamos enemigos.

¿Sabes de alguna bandera que sirva para algo mejor?

/

Hacia otro destino «En Tierra»

Otra triste muestra de lo que ocurre cuando se acumula demasiado poder en pocas manos. El pueblo es manejado al antojo de los poderes políticos que enfrentan a las poblaciones en beneficio propio. Todas las actuaciones, incluso las que parecen más desmedidas, están en verdad estudiadas para distraernos. El problema no es que los políticos sean inútiles para resolverlo, es que no les interesa hacerlo. Por lo tanto, lo que falla es el propio sistema que permite que todo esto ocurra.

El fondo real es, precisamente, que este sistema es tan poco representativo que permite a los gobernantes ser útiles sólo para su propio beneficio e inútiles para el bien de los ciudadanos. Por eso utilizan las banderas como grandes estandartes de enemigos ficticios (y demasiadas veces una excusa para armarse hasta los dientes. A nivel global, el conflicto Kim Jong-Trump es otro buen ejemplo de esta manipulación armamentística que necesita de conflictos para alimentarse y que cada vez resulta una farsa más ridícula).

Por eso aunque a los ciudadanos estén hartos del conflicto catalán y quieran resolver sus problemas reales no tienen herramientas para hacerlo. Sólo se habla de lo que al poder le interesa (con la mayoría de los medios a su servicio). La forma en que los pueblos se pueden expresar se ha simplificado al extremo en bandos, en personalismos políticos, en grandes medios ideológicos, en religiones, en fronteras… (de hecho, si estás al otro lado de la frontera me tengo que preocupar menos de ti, pareces menos ser humano que mi vecino, mis muertos son más importantes que los tuyos…). Todo reducido a un «estás conmigo o contra mí». Todos bien controladitos para poder manejarnos en nuestras parcelas donde cada una está debidamente regido por su correspondiente líder o gurú.

El poder que acumula el sistema es tan constante y tan simplista que es imposible creer en un bando sin desactivar el espíritu crítico (por ejemplo ¿Puede alguien en su sano juicio decir que los gobernantes españoles o los catalanes lo están haciendo bien? ¿que están haciendo lo mejor para el pueblo?). No hay lugar a los matices, a las decisiones consensuadas, al posicionamiento sin etiquetas, al voto reflexivo sobre problemas cotidianos… 

Los políticos piensan, como mucho, en su votante que es un tipo que mete una papeleta cada cuatro años y luego se va a su casa cruzando los dedos hasta dentro de otros cuatro (una especie de Lotocracia). Ese es nuestro escaso poder de decisión entre lo malo y lo peor (obviamente, el votante participa cada vez menos en este proceso).

La libertad de pensamiento y decisión no debería ser propiedad de nadie. Por eso hay que apostar por esa mayoría de personas que no es protagonista en los medios, por esa que se quita la venda, que se aleja del rebaño, que procura pensar libremente, que corta los hilos, que no cae en ese teatrillo del enfrentamiento de izquierda-derecha, Barça-Madrid, cristianos-musulmanes, Oriente-Occidente… y tantos otros señuelos con los que el poder mantiene al pueblo enfrentado y lejos de la realidad. Y una de las realidades es que, obviamente, ellos deben tener menos poder porque el poder corrompe por sistema.

Esa es la conquista pendiente; liberarnos del yugo, dirigirnos a una sociedad más representativa y, por tanto, más humana donde los conflictos se resuelvan de forma pacífica y en beneficio de la poblaciones, no de sus falsos representantes. Esto es posible y se está haciendo lentamente (como demostraba el documental «Demain») en forma de lucha pacífica pero no siempre silenciosa (como ocurrió en Islandia). Un mundo mejor no pasa por mejores políticos sino por un sistema que no permita que políticos de esta índole tengan un poder tan inmenso como para llegar a un despropósito como el que reina hoy en Cataluña.

Como ciudadanos deberíamos ser conscientes de que somos libres para elegir nuestro destino, de que la suma de nuestras voluntades debería ser el único futuro al que encaminarse. En ese momento se hablará del día a día, de sistemas económicos equitativos, del respeto a la Naturaleza, de una economía horizontal de beneficio mutuo (no vertical para beneficio de unos pocos)… El actual régimen pseudo-democrático es una fábrica de políticos defectuosos que nos traen más problemas que soluciones, que han manipulado identidades equívocas a ambos lados que nada tienen que ver con el entendimiento.

Cuando nuestra bandera sea el espíritu crítico seremos inmunes a su manipulación y veremos iguales donde antes veíamos enemigos.

¿Sabes de alguna bandera que sirva para algo mejor?
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Hacia otro destino «En Tierra»

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